La política de comunicación del gobierno de Veracruz se mueve con el ritmo de los trastornos de estado de Ánimo. De la desesperación a la depresión, de la euforia al desencanto.
Hace muy pocos meses, el gobernador Javier Duarte tuiteaba con la alegría de quien se compra un nuevo iPhone y descubre la aplicación de Twitter. Y luego de los traspiés, su cuenta cayó en el desánimo.
Hace unas semanas la directora de Comunicación Social, Gina Domínguez, hablaba a cuanto noticiero podía para comentar notas o desmentirlas o agregarles. Ahora, frente a hechos tan terribles como el presunto asesinato de familiares del alcalde de Paso de Ovejas, Adolfo Jesús Ramírez; ante la presunta toma de camiones, el presunto ataque a viviendas y la presunta ejecución y tortura de niños y mujeres (en plural, y todo “presunto” porque no hay datos), ha optado por el silencio más absoluto. Un comunicado de tres párrafos en donde se anuncia que “se investigara”. Y no más.
Pero es una bipolaridad, que parece acentuada en este sexenio, viene del gobierno anterior. ¿Cómo explica el ex gobernador Fidel Herrera, por ejemplo, que mientras su gobierno no reportaba secuestros ni a la prensa ni a la sociedad ni a la federación, él los pagaba con dinero el erario público? ¿Cómo fue que mantuvo esa pantalla? ¿Con qué objeto? La violencia cruda, la de verdad, estalló poco después.
Una pena. Y es una pena principalmente para los veracruzanos, que están pasándola bastante mal mientras su gobierno da bandazos.
Fuente: sinembargo.mx
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