Reforma
20/10/2011
El meollo del escándalo desatado por la entrevista de Calderón a The New York Times reside en la acusación al PRI de haber pactado con el narco. En torno a esta denuncia, basada en semiconfesiones de personajes como Miguel de la Madrid, se han dicho una gran cantidad de barbaridades en días recientes: desde las de Calderón hasta las de Fox, pasando por las de múltiples priistas e innumerables comentaristas. Todas ellas de algún modo se reducen a una afirmación absoluta y categórica: no se puede, ni se debe nunca negociar con el narco, a quienes sólo se equipara con "criminales", "enemigos", "malos". A pesar del ruido, este es un falso debate.
De entrada, todo el mundo negocia con criminales, enemigos y malos. El gobierno de México a través del programa de testigos protegidos negocia constantemente con criminales: información a cambio de penas conmutadas o absolución. El sistema judicial norteamericano, inglés y el mexicano de juicios orales en ciertos estados negocian con criminales a través de la conmutación de penas, los arreglos fuera de corte o el "plea bargaining". Todo el mundo negocia con sus enemigos: Kissinger con Le Duc Tho en París, Arafat con Rabin en Oslo, el FMLN con el Ejército salvadoreño. Y se negocia también con malos: el mundo entero llama a una negociación entre Israel (para unos la maldad encarnada en Estado) y palestinos, incluyendo Hamas (para otros el terrorismo puro). Y la oposición chilena negoció entre 1988 y mediados de los 90 con el mal personificado: Pinochet.
Pero hay de negociación a negociación, de criminales a criminales, de enemigos a enemigos y de malos a malos. Para explicar por qué se trata de un falso debate en el caso del narco, quisiera citar un artículo de Mark Kleiman publicado en la edición sep/oct de Foreign Affairs que se refiere al tema, aunque no comparto sus posiciones contrarias a la legalización. Kleiman dice lo que muchos hemos querido decir, pero lo dice mejor, para dar una alternativa a la guerra fracasada contra la demanda en EU y la oferta en México: no se trata de negociar sino de cambiar los incentivos, de tal manera que unos y otros (consumidores, productores, criminales, autoridades, etcétera) respondan a ellos de la manera en que se busca. Para Kleiman el propósito es "reducir los niveles de violencia causada por el tráfico y la venta de drogas ilícitas". Para México, dice, habría que "crear desincentivos para la violencia a escala entre las mayores organizaciones de traficantes... La violencia total disminuiría si los segmentos de mercado cambiaran a favor de los grupos de los menos violentos o si cualquier parte redujera su nivel de violencia... El gobierno de México podría diseñar y anunciar un conjunto de mediciones de la violencia que le asignarían a cada cártel... Al final del periodo de medición las autoridades designarían a la organización más violenta para ser destruida... El proceso seguiría hasta que ninguno de los cárteles existente fuera notoriamente más violento que los demás. De hecho, esta estrategia condicionaría la capacidad del narco para seguir en el mercado y a conducir sus asuntos de una manera no violenta. Esto no entraña ningún tipo de negociación explícita o tratado con los cárteles mexicanos... El narco más violento sería simplemente objetivo de una aplicación diferencial de la ley (enforcement)".
Kleiman da más detalles en el último libro que coeditó con varios colegas. Aguilar Camín y yo hemos propuesto desde hace tiempo una versión ligeramente distinta de lo mismo: concentrar los recursos y esfuerzos del Estado en el combate de la delincuencia que afecta más a la sociedad (secuestro, extorsión, robo) y no en la lucha antinarco. Esto corresponde, por cierto, a lo que me dijo el general Óscar Naranjo, jefe de la Policía Nacional de Colombia, la semana pasada: "Nosotros dedicamos aproximadamente 85% del tiempo, recursos y efectivos a combatir la delincuencia que afecta a la sociedad y 15% al narco"
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