Por: José Cárdenas
Anónimo
Hay un momento en el cual las afirmaciones políticas se convierten en dogmas. En lugares comunes. En hechos frente a los cuales nadie se atreve a discrepar.
Uno de tales es anticipar una victoria arrolladora de Enrique Peña Nieto y de los candidatos del PRI en las próximas elecciones presidenciales. Ya hay quien ve el logotipo tricolor en todo lo alto de la cima del poder.
La verdad es que no hay razones para tanto optimismo.
Me explico.
El precandidato “oficial” del PAN, Ernesto Cordero, muestra sus armas para la guerra electoral: descalificar al PRI por la corrupción; atacarlo por complicidades con los criminales; responsabilizarlo por el desbarajuste nacional. Debilitar y acusar serán los verbos favoritos del aspirante azul.
Mientras los panistas insisten en eso y demuestran que a sus opositores les resulta imposible gobernar sin el auxilio federal (Veracruz y Guerrero son buenos ejemplos recientes), el PRI no halla mejor estrategia que cobijar a tres ex mandatarios sospechosos en su equipo de delegados especiales. Encuadra a Fidel Herrera (Veracruz), Eugenio Hernández (Tamaulipas) e Ismael Hernández Deras (Durango), un trío en cuyas épocas y territorios florecieron zetas, chapos y cochupos.
Y si a eso se agrega la incómoda aparición de Arturo Montiel, cuyo caso puede ser usado por el panismo como muestra de la cercanía del PRI con los pillos, el asunto se convierte en pesado lastre. En debe y no en haber.
Otro ejemplo es el frente político electoral: ¿Quién tiene la culpa de la insuficiencia de consejeros en el IFE? Pues Emilio Chuayffet, quien falsificó papeles para simular un acuerdo en San Lázaro, por órdenes de Peña Nieto, dicen.
Más mezcla, maestro.
Enrique Peña Nieto también será mentado como el responsable del atasco de las reformas “estructurales”. Se dirá que por su culpa no hay avances democráticos. Y hasta que por su culpa llueve y se inunda medio Valle de México.
Otra más. La pugna entre Manlio Fabio Beltrones y Enrique Peña Nieto es cada vez más evidente. No se sabe quién podría ser el componedor de tan descompuesta relación, por mucho que ambos sonrían ante a las cámaras.
Frente a la andanada de ataques, el PRI no halla salidas nuevas ni imaginativas. Sigue empeñado en pegarle a Felipe Calderón sin darse cuenta de que el Presidente no va a ser candidato. Ya lo fue y los venció. Los dejó en tercer lugar, “haiga sido como haiga sido”.
Visto así, ¿de veras hay tantas razones para el optimismo?
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