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La era de la “nanocelebridad”



Si antes nadie se atrevía a poner su nombre real en internet, hoy estamos sobrecargados de información personal de nuestros “amigos” de Facebook, Twitter y otras redes sociales. ¿Vivimos la ilusión de estar protagonizando nuestro propio “Truman show” online? El usuario es el que decide los límites de su privacidad (o de su popularidad).
Evelyn Erlij
Hace unos meses, el periodista estadounidense Jeff Jarvis, creador de Entertainment Weekly , anunció en su blog que sufría de cáncer de próstata y desde entonces comenzó a revelar online cada detalle -incluso los más sórdidos- de su tratamiento, lo que abrió un debate en Estados Unidos sobre los límites de lo que en inglés se llama ” oversharing ” (algo así como “compartir en exceso”), es decir, proveer más información personal de la que es absolutamente necesaria.
A raíz de esto, Mark Dery, crítico cultural estadounidense y autor de los libros “Velocidad de Escape” (Siruela) y The Pyrotechnic insanitarium escribió un ensayo titulado “¿Después de todo no tenemos sentido de la decencia, señor?: Sobre pañales de adulto, disfunción eréctil y otras dichas de compartir en exceso”, donde analiza con una mirada ácida y crítica cómo se modifican los límites de lo público y lo privado con las nuevas tecnologías.
“La era de la ‘Conexión constante’ está disolviendo la membrana entre el ‘yo’ privado y el ‘yo’ público. Las tecnologías totémicas de nuestro tiempo -el celular, el iPod, el BlackBerry- están dando vuelta nuestra psique, invirtiendo las polaridades de lo público y lo privado. Convierten a la soledad en algo portátil. Cada vez más estamos solos en público, ajenos al mundo que nos rodea”, explica Dery desde Estados Unidos. “Estamos redibujando los límites de la conducta públicamente aceptada por las líneas medievales, cuando la privacidad, en el sentido moderno, era virtualmente desconocida”.
Quien tenga Facebook sabe lo común que es tener “amigos” que publican sin filtros y sin pudor hasta los detalles más íntimos de la vida privada -vía mensaje o a través de fotos-, incluso si terminaron con sus parejas o empezaron una nueva relación. Pero el problema de la sobreexposición no radica en las posibilidades que brindan las redes sociales, sino en el comportamiento que tienen los usuarios en ellas.
“Los límites están puestos por el sistema. Son las personas las que no distinguen lo público de lo privado, porque no tienen incorporadas las consecuencias que puede tener el hecho de publicar algo en una red social”, comenta el académico de la UC Francisco Fernández. Frente a esto, Alejandro Morales, profesor de Teoría y Prácticas Multimedia de la Universidad de Chile, agrega: “Nadie puede alegar ingenuidad. Cada uno controla lo que quiere que aparezca. Es como la prensa y la vida privada. Si abriste la puerta ya no puedes cerrarla. Esas son las reglas del juego”.
El afán de las personas comunes por “informar” a sus redes de contacto sobre su intimidad y revelar sus pensamientos frente a los demás tiene que ver, según Mark Dery, con una “cultura del confesionalismo” proveniente de Estados Unidos -y que en Chile heredamos, entre otras cosas, a través del formato t alk show -, la que está representada por ejemplo en las entrevistas “sentimentaloides” de la famosa periodista Barbara Walters, pero que se remonta hasta las raíces del Puritanismo.
De acuerdo a Malcolm Parks, académico del Departamento de Comunicación de la Universidad de Washington, esto se traduce en un aumento del nivel de vigilancia en la sociedad. “Gente común puede ahora mirar la vida de los otros en un grado que antes estaba reservado para detectives y policías. La vida privada se trivializa cuando la información que se entregaba selectivamente hoy es puesta en un perfil ampliamente accesible”.
Todos queremos ser estrellas
“Estamos en la época de la cultura del espectáculo. Lo que está cambiando es que ahora todo el mundo quiere ser protagonista. Ahí están MySpace o YouTube. Pero hay un nuevo problema: ¿quién es el espectador? Hablamos, pero no sabemos quién está escuchando, escribimos y no sabemos si hay alguien que lee. Para que haya espectáculo tiene que haber espectadores. Así que todos esos afanes de proyectarse, de crear espectáculo, se sostienen en una hipótesis imaginaria: que hay alguien ahí”, afirmó el filósofo alemán Boris Groys en el diario El País en 2009.
Tener 5 mil amigos en Facebook -su cifra máxima- o tener miles de seguidores en Twitter no es sinónimo de popularidad o fama. Según Parks, esto no hace más que aumentar el número de “lazos débiles”, es decir, de relaciones humanas de bajo nivel. El académico de la U. de Washington concuerda con Groys: “Me pregunto cuánta gente escucha activamente a los hiperproductores (de información). Quizás imaginar que hablamos es más importante que ser oído”.
“Hoy se está verificando la famosa sentencia de Andy Warhol respecto a que cada uno tendría sus 15 minutos de fama en los medios -opina Carlos Scolari, investigador y académico de la Universidad de Vic en Barcelona-. Podríamos reformular la frase: ‘en el futuro todos tendrán mil amigos en Facebook’. Pero la vida social siempre ha tenido un carácter representacional, desde la ropa que elegimos al salir hasta los lugares que frecuentamos. En cierta manera todos somos actores de nuestras propias novelas, y la red no hace más que potenciar, expandir y flexibilizar esos relatos”.
Para Dery, no es la única forma en la que el padre del Pop Art se manifiesta en este fenómeno. “Abrazando la estética ‘ Sleep ‘ de Andy Warhol, una película de cinco horas sobre un hombre que realiza el acto del título -es decir, dormir-, Twitter ofrece una transmisión en vivo de cada uno de nuestros momentos de vigilia: cobertura paso a paso de lo impresionantemente banal. Podríamos tener una vida -en el sentido de la expresión inglesa ‘ get a life’ -, pero estamos demasiado ocupados viviendo en el blog”.
La idea detrás de esta práctica obsesiva de hablar sobre uno mismo es, según el crítico cultural, la ilusión de que cada uno de nosotros está protagonizando a sabiendas su propio “Truman show”, ” tweeteando lo que comimos al desayuno, facebookeando lo que estamos leyendo ‘mientras lo leemos’, reflexivamente alcanzando el botón ‘Tweet’ para transmitir a nuestras audiencias online cada pensamiento banal que pasa por nuestras cabezas vitrina”.
No obstante, Dery va más allá de la mera crítica y advierte: “La nuestra es la era de la nanocelebridad: programas o emisiones creadas por nosotros, usualmente demasiado para nosotros y sólo para nosotros. ¿Cuántos videos de YouTube, posteos de blogs y álbumes de Flickr registran melancólicos cero comentarios, desplegando sus atractivos atributos a una embelesada audiencia de una persona? Todos somos Norma Desmond -el personaje de Gloria Swanson en ‘ Sunset Boulevard ‘-, listos para nuestro close-up . En la era de la reality TV y de Paris Hilton, American Idol y YouTube (que tiene el poder de convertirte en una celebridad global si tu video se hace viral), vemos la fama con nuestro derecho de nacimiento Warholiano”, sentencia.
Aunque Parks afirma que las investigaciones señalan que la mayoría de los usuarios de internet generan escaso o nulo contenido trascendente, poco parece importar el bombardeo de información personal al que sometemos a los demás y al que nos someten en las redes sociales. La hiperproducción de información -sea del tipo que sea- ya existía en la web antes de la aparición de Facebook, Twitter y sus símiles. Lo dijo el filósofo francés Jean Baudrillard en 1999: Internet es un medio “casi suicida porque crea un nuevo mundo invivible para el hombre, incapaz de soportar toda la responsabilidad de la información que recibe”.
Del anonimato al “exhibicionismo”
Hacia el año 2000, los foros y chats eran la gran novedad en América Latina. Escudados en nicknames y avatares, los usuarios tenían total libertad para decir y hacer lo que quisieran. Después de todo, la identidad real permanecía oculta y los actos en la web no tenían implicancias en la vida offline . Diez años más tarde, el mundo es testigo del fenómeno opuesto: Hoy, a través de plataformas como Facebook, Twitter, Hi5 y MySpace todos quieren opinar y contar sus vidas con fotos, nombres y apellidos. El miedo inicial a exponerse parece haber desaparecido.
“Si Google sabe algo sobre nosotros, redes como Facebook lo saben casi todo: quiénes son nuestros amigos, adónde viajamos, las fotos que hacemos, los videos que vemos, la música que escuchamos. Esa información vale oro para los expertos en marketing . Sin embargo, creo que es más lo que se gana que lo que se pierde. El costo de la invisibilidad o del aislamiento es superior a la información que brindamos a los gestores de las redes “, opina Scolari.
La transición del anonimato a lo que algunas voces críticas han llamado “exhibicionismo” no fue radical, pero las huellas de esta tendencia en Chile han sido evidentes: En 2007 se convirtió en el país con más usuarios de Fotolog en el mundo, mientras que hoy existen unos 6 millones de chilenos en Facebook y otros 200 mil en Twitter. “La explosión de intimidades es entendible, muy especialmente durante la adolescencia, pero la diferencia es que antes de internet el exhibicionismo desbordante quedaba a la vista de unos pocos”, escribe en La Nación de Argentina Jorge Mosqueira, consultor de Recursos Humanos.
Con la aparición de la web 2.0, social y participativa, el usuario se convirtió indudablemente en el protagonista de la web , lo que explica que internet haya dejado de ser el lugar donde se tenía una vida ficticia y anónima. ” El año 2006, la revista Time elige como personaje del año ‘a ti’ , es decir, a cada uno de nosotros, a propósito de la explosión de YouTube. Así como McLuhan dijo una vez que el medio era el mensaje, hoy las personas son el mensaje . En una red conformada por seres humanos, el individuo necesita validarse como tal”, comenta Morales.
La inclusión de internet en los hábitos cotidianos también obligó a personalizar la presencia en la red. “Debido a que la actividad online y la actividad ordinaria offline se fusionan, el hecho de tener una identidad verdadera y confiable se ha convertido en algo esencial”, explica Parks.

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