Caleb Ordóñez Talavera
“El Gobernador me pidió limpiar y la carretera está limpia”, decía Ramón Arreola a los medios, sorprendidos por el enfrentamiento entre un grupo de al menos 400 estudiantes de la escuela normal rural de Ayotzinapa, Guerrero, y miembros de distintas policías, locales y federales.
Ramón Arreola hacía su trabajo la tarde del 12 de diciembre. Según el general, subsecretario de Prevención y Operación Policial del Gobierno de Guerrero, las cosas habían salido como supuestamente lo había pedido el Gobernador del Estado.
Hechos
Los hijos de campesinos exigían entablar una mesa de trabajo con el gobernador y el reconocimiento de su pliego petitorio. Habían bloqueado la Autopista del Sol (México-Acapulco) como medida de presión. Luego nos daríamos cuenta que para el gobierno de Ángel Aguirre, las cosas deben hacerse de forma tajante y con mano dura, o al menos eso apareció en los videos difundidos donde un grito de “¡Ya nos dieron luz verde!” fue suficiente para que los policías estatales, federales y otros vestidos de civiles (que todavía ninguna autoridad especifica su origen) atacaran con armas largas a los estudiantes que sólo portaban piedras y libros. A uno de ellos lo persiguieron y le dieron muerte por la espalda.
El saldo de la manifestación es de dos estudiantes muertos y 17 heridos, uno de ellos, José David Espíritu en coma. Los nombres de los muchachos ejecutados eran Jorge Alexis Herrera Pino, oriundo de Atoyac, así como Gabriel Echeverría de Jesús, oriundo de Tuxtla.
Los dos, junto a sus compañeros, pedían un aumento de plazas en la escuela, de 140 a 170, y otorgar 30 plazas para profesores a los egresados de la Normal. Nunca sabrán si lograron que sus voces fueran escuchadas, los callaron a tiros.
Al final, la carretera estaba limpia, como le prometió el general al gobernador, pero su saldo es incalculable, porque la muerte de los jóvenes que piden justicia y educación, a días de concluir 2011, es suficiente para indignar a un país completo, sin importar ideologías, religiones o posturas de cualquier geografía política.
Cómo se hacen las cosas
En México nos daremos cuenta un día que, poco a poco, el país ha sido golpeado en su fuerza activa, en la vida de los jóvenes. Un dato: de los más de 64 mil muertos en el combate contra el narcotráfico, el 80% no superaba los 35 años. Esto en consecuencia deja una cantidad de viudas y huérfanos histórica.
Lo sucedido en Chilpancingo es un déjà vu de las décadas de los años sesenta y setenta, un recuerdo doloroso de aquel 1995 cuando en el mismo estado de Guerrero, indígenas pedían justicia al entonces gobernador Rubén Figueroa, conocido por la frase: “Sólo a balazos se gobierna Guerrero”. Su sucesor y amigo cercano fue justamente el actual gobernador Ángel Aguirre, quien apenas conoció lo ocurrido negó toda participación de su gobierno con un comunicado escueto.
Uno de los policías, minutos después del combate, confesaba y ahogaba los dichos del gobierno: “Sí, disparamos a los manifestantes porque era necesario”.
Preguntas
¿Necesario por qué? Si nunca se registró un solo balazo, un policía herido, un ataque violento. ¿Atacar con balazos a jóvenes que traían piedras y palos mientras bloquean una carretera? ¿No era suficiente el gas lacrimógeno o dispersarlos con agua? ¿Qué opina de la opción de dialogar y presentarlos delante del gobernador? ¿Qué hay de incluir 30 plazas para que otros campesinos pudieran estudiar también?
Los videos que surgen luego de la reprimenda duelen. Decenas de estudiantes, que no alcanzan los 25 años, flacos y pobres, de las zonas rurales de Guerrero, siendo pateados como perros, sometidos en el asfalto como ratas, en contraste con unos uniformados policías federales, asestando sus macanas en los cuerpos débiles de aquellos que no tuvieron la suerte de huir. Otros, “levantados” llevados al poblado de Zumpango para ser torturados y que declararan haber llevado granadas y armas Ak 47, como el caso de Gerardo Torres, que hasta el pasado martes estuvo arrestado sin ninguna prueba; vejado y azotado, obligado, según sus palabras, a declarar en contra de sus compañeros.
Los represores acallaron a los escolares, los persiguieron, golpearon, humillaron, los asesinaron y al final, los desacreditaron también.
Refugiados ante el temor de la opinión pública, intentando engañar al país, criminalizando a los que no tienen para comprar un pedazo de carne, mientras mantienen a un gobierno al que sí le alcanza para adquirir armas de alto calibre para empoderar a los que más tarde hacen poco contra el crimen organizado, y mucho contra los que deberían defender.
Indignación
Ángel Aguirre, desolado ya por su anterior partido, el PRI, y el actual PRD, corre al procurador y al secretario de seguridad pública diciendo “yo no ordené los disparos”. Pero, ¿por qué tendría que estar también el gobernador en funciones? ¿No es entonces, igual de culpable? ¿Aguirre acusa a los federales y con renuncias se queda tranquilo? Son las preguntas que se hacen aquellos que exigen su renuncia.
La realidad de Guerrero, como en muchas partes de México, es la misma: miseria, hambre, falta de oportunidades, división social en clases.
Por eso a veces algunos, con las fuerzas que les quedan, gritan, se manifiestan, alzan pancartas, toman carreteras, hacen ver que existen, que merecen ser atendidos. Pero para algunos, es más importante que las carreteras estén limpias... de ellos.
Orden cumplida. La carretera está limpia.
Con respeto, a Jorge y Gabriel, dos estudiantes que no debieron morir.
Caleb Ordóñez Talavera
Caleb Ordóñez Talavera (1984) es abogado, comunicador y especialista en Periodismo digital por la Universidad Complutense de Madrid.
Texto publicado en ADN Politico
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